«Cierto es, a fe; los que juegan diestramente con las palabras, pronto las hacen livianas». (Viola, en escena I, Acto III de Noche de reyes, W. Shakespeare)
Dice Esther, no sé si con la idea de persuadir y alentarme, que este tema es muy mío. Es cierto, llevo poniendo toda la atención en las palabras desde que tengo uso de razón, preguntándome por qué esto se llama así y no de otra manera, intentando, bastante más tarde, entender, con poco éxito, a Foucault, a Eco y a Saussurre, a Sapir, a Bruner, a Gadamer, pretendiendo llamar a cada cosa por su nombre exacto, que “mi palabra sea la cosa misma”, que poetizaba Juan Ramón Jiménez en “Intelijencia, dame…” (Eternidades). El hombre es un ser social por naturaleza, es un zôon politikón, según Aristóteles –una afirmación que un profesor de Filosofía del Lenguaje en la Universidad repetía sin cesar, además de aquella de que “el gato está en el felpudo” (la tengo grabada a fuego) para aceptar la creencia de que es cierta por parte de quien la utiliza, y que tanto la afirmación como la negación presuponen que hay un gato sobre el felpudo- y lo que le diferencia de los animales es la palabra, el lógos, como capacidad que nos lleva a tener una vida en común y a “con-fluir” con otros semejantes en las polis. “En el principio, era el Verbo, la palabra, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era el principio con Dios. […] En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”, dice la Biblia en Juan 1: 1-14. Y nada más alejado de lo divino que la perversión lingüística en la que caemos, y que audazmente la actriz Nur Levi -sobre las tablas desde los 12 años bajo la tutela escénica de su madre Cristina Rota, y en diversos montajes dirigidos por Tamzinn Townsed, Tomaz Pandur, etc.-, sin acudir a la filosofía ni a la semiótica, y en esta primera y prometedora incursión como dramaturga, aborda en el monólogo Lo que no te digo, hasta hace muy poco en cartel en la Sala Mirador y pronto en gira.
La actriz Nur Levi en el montaje de su autoría Lo que no te digo. Sala Mirador. Foto: Jael Levi
Nur Levi, bajo la dirección de Rota, es en este ejercicio escénico nacido de las improvisaciones para la película Hablar, de Joaquín Oristrell -premiada en el pasado Festival de Cine de Málaga (Premio del Jurado Joven)-, una mujer obsesionada hasta la desesperación con la perversión del lenguaje: María Casas, una profesora que está intentando terminar su tesis precisamente sobre este mismo tema y que comienza su clase anunciando a sus alumnos, o a sus espectadores (el ágora), que ha decidido no hablar más y que quiere hacer una cura de palabras, pues el lenguaje es una herramienta humana que se ha vuelto en su contra y que es preciso resignificar. A lo largo del monólogo de casi una hora exacta, María se exaspera tratando de demostrar que nuestro lenguaje nos hace caer en la mentira de los sofistas; habla por teléfono con su pareja y padre de su hijo, Nicolás Velasco, intentando explicarle las contradicciones en las que caemos al hablar, manifestando la distancia que ha surgido entre ellos debido a la imposibilidad de la comunicación, increpándole a reflexionar sobre el hecho de que “nadie se habla de verdad y aprendemos el lenguaje para decir otra cosa”, porque en el fondo no escuchamos. “¿Escuchamos lo que queremos o lo que queremos escuchar?” “Dependiendo de cómo formulas la pregunta, quieres que te dé la respuesta que deseas”. “¿Me cuelgas el teléfono porque no quieres que te llame o porque quieres que te dé otra respuesta diferente?”
Desde la Grecia clásica se vienen revelando los abusos del lenguaje, su manipulación, con una clara consecuencia: la devaluación de la palabra. Los diálogos platónicos nos enseñan a reconocer que algo puede estar quizá bellamente dicho, audazmente expresado y emocionadamente escrito, y sin embargo, apuntando al contenido, ser falso, ruin, incluso indigno. Pero seguimos apostando por la mentira, instalados en malentendidos al enunciar grandes palabras (amor, honestidad, verdad, libertad) vaciadas ya de concepto o simplemente al crear una conversación sobre lo más trivial, que muchas veces se convierte en un diálogo de besugos. No escuchamos, cuya consecuencia más directa es la falta de respeto y la poca “querencia” hacia el otro.
La actriz se desenvuelve con soltura en una escenografía compuesta a base de lámparas elaboradas con recortes de periódicos y collages de palabras. Foto: Jael Levi
Nur Levi es una buena actriz, llena de sencillez, que maneja bien los recursos dramáticos, con una rica trayectoria teatral a sus espaldas y que conoce a la perfección el funcionamiento de una obra porque no sólo ha trabajado como actriz, sino en la gestión y producción de unos cuantos espectáculos. Así lo demuestra en este montaje, en el que a pesar de todas las bondades, por momentos entra en una reiteración que llega a cansar y en el que sobran muchos histrionismos convertidos en palabras malsonantes que grita a los cuatro vientos. Es cierto que muchas veces un enfado es más contundente si por el medio se dice un “estoy hasta los cojones”, que por otro lado en ocasiones de subidas de cortisol suele salir fácilmente. Pero aquí muchas veces crea una arritmia en el discurso que evita continuar con la reflexión y con esa concentración que parece envolverse en la atmósfera tan sutil, aderezada con una escenografía compuesta a base de lámparas elaboradas con recortes de periódicos y collages de palabras. Tampoco parece apuntar con certeza cuando hace una crítica de la religión refiriéndose a la “ética cristiana” que supuestamente se enseña en un colegio al que llama por teléfono en un momento del espectáculo. Imaginamos que está haciendo una crítica a la religión católica y al uso de palabras para ahondar eufemísticamente en conceptos que aluden a la deidad, pero la religión cristiana es algo más amplio en la que estarían incluidos protestantes, ortodoxos, anglicanos… O quizá sí alude a las enseñanzas del canon bíblico. “¿Engloba la religión cristiana a todos, es respetuosa con el resto de religiones?”, se pregunta. No vamos a entrar aquí en otras materias, puesto que estamos en España, pero a nivel general, y dado lo que ocurre en otros lugares con el Ejército Islámico, justo en estos tiempos la pregunta casi se podría formular al revés. En definitiva, creo que algunos temas no enriquecen la obra y justo la manipulación política la deja enunciada para pasar de largo. Realmente lo que más me interesa es el discurso que va dirigido a cada uno de nosotros, sin entrar en otras cuestiones, y una hora tampoco da para más: es el tiempo justo y adecuado para centrar el asunto sin moverse por otros lados que no aportan nada en este caso. Lo que no te digo es un montaje discreto con interesantes puntos de vista.
Nadie se habla de verdad y aprendemos el lenguaje para decir otra cosa
Imagen de Lo que no te digo. Foto: Jael Levi
Y es cierto, el personaje que ha creado Nur Levi encauza bien, como punto de partida y reflexión, con esta enfermedad social sobre el uso del lenguaje. Manipular es no tratar a las personas al mismo nivel que uno mismo, sino como objetos a los que dominar; querer engañar o manejarnos para que aceptemos lo que se nos “promete”. Para ello quien manipula actúa con audacia sobre nuestros instintos primarios distorsionando la verdad o la justicia a fin de conducirnos a tomar las decisiones que favorecen sus intereses particulares. Lanzamos mensajes contradictorios: “Cuando digo A quiero decir B, si digo ‘me encantaría tomarme un café contigo es que no nos lo vamos a tomar nunca’”, asevera la protagonista de Lo que no te digo. “Siento que todo el tiempo me estás diciendo otra cosa. Nadie se habla de verdad y aprendemos el lenguaje para decir otra cosa. Pareces lanzar un discurso maravilloso que te hace ser coherente. Y es estupendo. Y es mentira, porque el envoltorio no hace al contenido”.
José Saramago, en su Ensayo sobre la lucidez, desgrana esta constante de nuestro tiempo: cómo el lenguaje ha ido perdiendo sus implicaciones conceptuales, sus referencias éticas o ideológicas, cómo los significantes que un día surgieron para redefinir las relaciones humanas, la organización social, cultural y política, se han ido desgastando y pervirtiendo, vaciándose de contenido.
El lenguaje es el don más preciado del hombre, la herramienta más valiosa y un arma de doble filo, potenciador de la verdad o de la mentira, hasta el punto que, como describe Heidegger en Nietzsche (Tomo I), “las palabras son a menudo en la Historia más poderosas que las cosas y los hechos”, y “hay casos -como bien apuntaba el poeta S. T. Coleridge en The Collected Letters of Samuel Taylor Coleridge– en los que se puede aprender más, y con mayor valor, de la historia de una palabra, que de la historia de una guerra”.
Nur Levi apunta bien la necesidad de escapar a la perversión del lenguaje en este mundo de ruidos y, enredada en silogismos, con un guiño a Rosencrantz y Guildernstern han muerto de Tom Stoppard –un montaje de 2001 en el que ella interpretaba a Ofelia bajo la dirección de Cristina Rota, y en el que los dos protagonistas hablan y hablan sin parar, haciéndose preguntas, jugando a las palabras, a la retórica-, muestra su desconcierto y su necesidad de devolver a las palabras su significado. “Las palabras deben ser coherentes con la acción de vuelta”, afirma con denuedo. También advierte sobre cómo nos etiquetamos unos a otros, cómo muchas veces vemos al otro como una foto fija detenida en el tiempo, negando esa capacidad del ser humano para evolucionar, para ser limado por las circunstancias y los conflictos. Todo es una contradicción para el personaje de Lo que no te digo, que ella asume y trata de resolver, aludiendo a nuestra responsabilidad para con la generación venidera: “Tener hijos te da la oportunidad de revisarte y de ver pequeñas heridas”.
Necesitamos volver a amar las palabras. Necesitamos volver a amar a las personas
Por eso la actriz en un principio no parece renunciar: “Necesitamos volver a amar las palabras”. O tal vez “necesitamos volver a amar a las personas”. “El mundo ya no se para como antes porque no estás igual de presente”. Quizá es preciso observar más, entender más, descender más veces al fondo de ese océano que nos cubre la memoria y el alma, y volver a reconocernos en la sinceridad; hurgar en el ánima privada, la que permanece cerrada a los demás, a veces a nosotros mismos, y a la que no tenemos otro acceso más que a través de la mediación del lenguaje: “Hablar con el corazón”, con la palabra decisiva, la que devuelve a las personas la confianza y la esperanza. “Quien no empatiza es porque no analiza lo que tiene dentro”, dice en un momento de la obra. Tal vez no se dice la verdad porque tenemos miedo de ella, de que nos etiqueten, de que nos clasifiquen; tenemos miedo de las otras personas porque no estamos seguros de nosotros mismos, y tememos que, como el Baudolino, de Umberto Eco -que jugaba el sueño de una vida, o sea la vida misma, visto que la vida propia estaba construida alrededor de aquel sueño- cuando decimos la verdad, y sólo la verdad, nos lapiden. Necesitamos volver a amar a las personas, poner atención en conocer con quién hablamos, cómo es su vida, de dónde parte, para conocer qué sentido le otorga a esas palabras que tapan y ahogan su ser interior. Quizá simplemente y solo para entendernos. {…] “¡Intelijencia, dame el nombre exacto; y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas!”…
Y es curioso, porque cuando escuchamos estos discursos todos pensamos que la culpa y el loco es el de enfrente, tal y como expresa la actriz, que no duda en contar al ágora, que la escucha y al que está lanzando su disertación, el chiste del loco: “Un conductor que circula por la autopista oye una noticia que dan en esos momentos por la radio: ‘Tengan cuidado que hay un conductor loco que va en dirección contraria’. Y el conductor en cuestión dice, asustado y dando sucesivos volantazos: ‘¿Cómo unoooo? ¡Varios!’”
Como en Saramago, como también en Kafka (El castillo, El Proceso), en Lo que no te digo todos somos responsables y estamos “acusados”, y todo es, quizá, un camino inalcanzable, parece expresar el personaje al quemar, en la oscuridad y en silencio, un trozo de papel de periódico.
Y es que como canta la polifacética Nur Levi –cantante con una voz preciosa que gusta escuchar- “qué descanso decir lo que pienso, qué descanso decir ‘no lo siento’… Un poco de silencio no vendría mal, qué descanso, un discurso sincero”…
https://vimeo.com/128884917